Scrutatio

Venerdi, 26 aprile 2024 - San Marcellino ( Letture di oggi)

Hechos de los Apóstoles 20


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1Cuando hubo cesado el tumulto, Pablo mandó llamar a los discípulos, los animó, se despidió de ellos y salió camino de Macedonia.2Recorrió aquellas regiones y exhortó a los fieles con largos discursos; después marchó a Grecia.3Pasó allí tres meses. Los judíos tramaron una conjuración contra él cuando estaba a punto de embarcarse para Siria; entonces él tomó la determinación de volver por Macedonia.4Le acompañaban Sópatros, hijo de Pirro, de Berea; Aristarco y Segundo, de Tesalónica; Gayo, de Doberes, y Timoteo; Tíquico y Trófimo, de Asia.5Estos se adelantaron y nos esperaron en Tróada.6Nosotros, después de los días de los Azimos, nos embarcamos en Filipos y al cabo de cinco días nos unimos a ellos en Tróada donde pasamos siete días.7El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo, que debía marchar al día siguiente, conversaba con ellos y alargó la charla hasta la media noche.8Había abundantes lámparas en la estancia superior donde estábamos reunidos.9Un joven, llamado Eutico, estaba sentado en el borde de la ventana; un profundo sueño le iba dominando a medida que Pablo alargaba su discurso. Vencido por el sueño se cayó del piso tercero abajo. Lo levantaron ya cadáver.10Bajó Pablo, se echó sobre él y tomándole en sus brazos dijo: «No os inquietéis, pues su alma está en él».11Subió luego; partió el pan y comió; después platicó largo tiempo, hasta el amanecer. Entonces se marchó.12Trajeron al muchacho vivo y se consolaron no poco.13Nosotros nos adelantamos a tomar la nave y partimos hacia Asso, donde habíamos de recoger a Pablo; así lo había él determinado; él iría por tierra.14Cuando nos alcanzó en Asso, le tomamos a bordo y llegamos a Mitilene.15Al día siguiente nos hicimos a la mar y llegamos a la altura de Quíos; al otro día atracamos en Samos y, después de hacer escala en Trogilión, llegamos al día siguiente a Mileto.16Pablo había resuelto pasar de largo por Efeso, para no perder tiempo en Asia. Se daba prisa, porque quería estar, si le era posible, el día de Pentecostés en Jerusalén.17Desde Mileto envió a llamar a los presbíteros de la Iglesia de Efeso.18Cuando llegaron donde él, les dijo: «Vosotros sabéis cómo me comporté siempre con vosotros, desde el primer día que entré en Asia,19sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas y con las pruebas que me vinieron por las asechanzas de los judíos;20cómo no me acobardé cuando en algo podía seros útil; os predicaba y enseñaba en público y por las casas,21dando testimonio tanto a judíos como a griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en nuestro Señor Jesús.22«Mirad que ahora yo, encadenado en el espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá;23solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones.24Pero yo no considero mi vida digna de estima, con tal que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús, de dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios.25«Y ahora yo sé que ya no volveréis a ver mi rostro ninguno de vosotros, entre quienes pasé predicando el Reino.26Por esto os testifico en el día de hoy que yo estoy limpio de la sangre de todos,27pues no me acobardé de anunciaros todo el designio de Dios.28«Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio hijo.29«Yo sé que, después de mi partida, se introducirán entre vosotros lobos crueles que no perdonarán al rebaño;30y también que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos detrás de sí.31Por tanto, vigilad y acordaos que durante tres años no he cesado de amonestaros día y noche con lágrimas a cada uno de vosotros.32«Ahora os encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia, que tiene poder para construir el edificio y daros la herencia con todos los santificados.33«Yo de nadie codicié plata, oro o vestidos.34Vosotros sabéis que estas manos proveyeron a mis necesidades y a las de mis compañeros.35En todo os he enseñado que es así, trabajando, como se debe socorrer a los débiles y que hay que tener presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mayor felicidad hay en dar que en recibir».36Dicho esto se puso de rodillas y oro con todos ellos.37Rompieron entonces todos a llorar y arrojándose al cuello de Pablo, le besaban,38afligidos sobre todo por lo que había dicho: que ya no volverían a ver su rostro. Y fueron acompañandole hasta la nave.