Scrutatio

Martedi, 23 aprile 2024 - San Giorgio ( Letture di oggi)

Hechos de los Apóstoles 16


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1Llegó también a Derbe y Listra. Había allí un discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente y de padre griego.2Los hermanos de Listra e Iconio daban de él un buen testimonio.3Pablo quiso que se viniera con él. Le tomó y le circuncidó a causa de los judíos que había por aquellos lugares, pues todos sabían que su padre era griego.4Conforme iban pasando por las ciudades, les iban entregando, para que las observasen, las decisiones tomadas por los apóstoles y presbíteros en Jerusalén.5Las Iglesias, pues, se afianzaban en la fe y crecían en número de día en día.6Atravesaron Frigia y la región de Galacia, pues el Espíritu Santo les había impedido predicar la Palabra en Asia.7Estando ya cerca de Misia, intentaron dirigirse a Bitinia, pero no se lo consintió el Espíritu de Jesús.8Atravesaron, pues, Misia y bajaron a Tróada.9Por la noche Pablo tuvo una visión: Un macedonio estaba de pie suplicándole: «Pasa a Macedonia y ayúdanos».10En cuanto tuvo la visión, inmediatamente intentamos pasar a Macedonia, persuadidos de que Dios nos había llamado para evangelizarles.11Nos embarcamos en Tróada y fuimos derechos a Samotracia, y al día siguiente a Neápolis;12de allí pasamos a Filipos, que es una de las principales ciudades de la demarcación de Macedonia, y colonia. En esta ciudad nos detuvimos algunos días.13El sábado salimos fuera de la puerta, a la orilla de un río, donde suponíamos que habría un sitio para orar. Nos sentamos y empezamos a hablar a las mujeres que habían concurrido.14Una de ellas, llamada Lidia, vendedora de púrpura, natural de la ciudad de Tiatira, y que adoraba a Dios, nos escuchaba. El Señor le abrió el corazón para que se adhiriese a las palabras de Pablo.15Cuando ella y los de su casa recibieron el bautismo, suplicó: «Si juzgáis que soy fiel al Señor, venid y quedaos en mi casa». Y nos obligó a ir.16Sucedió que al ir nosotros al lugar de oración, nos vino al encuentro una muchacha esclava poseída de un espíritu adivino, que pronunciando oráculos producía mucho dinero a sus amos.17Nos seguía a Pablo y a nosotros gritando: «Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, que os anuncian un camino de salvación».18Venía haciendo esto durante muchos días. Cansado Pablo, se volvió y dijo al espíritu: «En nombre de Jesucristo te mando que salgas de ella». Y en el mismo instante salió.19Al ver sus amos que se les había ido su esperanza de ganancia, prendieron a Pablo y a Silas y los arrastraron hasta el ágora, ante los magistrados;20los presentaron a los pretores y dijeron: «Estos hombres alborotan nuestra ciudad; son judíos21y predican unas costumbres que nosotros, por ser romanos, no podemos aceptar ni practicar».22La gente se amotinó contra ellos; los pretores les hicieron arrancar los vestidos y mandaron azotarles con varas.23Después de haberles dado muchos azotes, los echaron a la cárcel y mandaron al carcelero que los guardase con todo cuidado.24Este, al recibir tal orden, los metió en el calabozo interior y sujetó sus pies en el cepo.25Hacia la media noche Pablo y Silas estaban en oración cantando himnos a Dios; los presos les escuchaban.26De repente se produjo un terremoto tan fuerte que los mismos cimientos de la cárcel se conmovieron. Al momento quedaron abiertas todas las puertas y se soltaron las cadenas de todos.27Despertó el carcelero y al ver las puertas de la cárcel abiertas, sacó la espada e iba a matarse, creyendo que los presos habían huido.28Pero Pablo le gritó: «No te hagas ningún mal, que estamos todos aquí».29El carcelero pidió luz, entró de un salto y tembloroso se arrojó a los pies de Pablo y Silas,30los sacó fuera y les dijo: «Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?»31Le respondieron: «Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa».32Y le anunciaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa.33En aquella misma hora de la noche el carcelero los tomó consigo y les lavó las heridas; inmediatamente recibió el bautismo él y todos los suyos.34Les hizo entonces subir a su casa, les preparó la mesa y se alegró con toda su familia por haber creído en Dios.35Llegado el día, los pretores enviaron a los lictores a decir al carcelero: «Pon en libertad a esos hombres».36El carcelero transmitió estas palabras a Pablo: «Los pretores han enviado a decir que os suelte. Ahora, pues, salid y marchad».37Pero Pablo les contestó: «Después de habernos azotado públicamente sin habernos juzgado, a pesar de ser nosotros ciudadanos romanos, nos echaron a la cárcel; ¿y ahora quieren mandarnos de aquí a escondidas? Eso no; que vengan ellos a sacarnos».38Los lictores transmitieron estas palabras a los pretores. Les entró miedo al oír que eran romanos.39Vinieron y les rogaron que saliesen de la ciudad.40Al salir de la cárcel se fueron a casa de Lidia, volvieron a ver a los hermanos, los animaron y se marcharon.