Scrutatio

Sabato, 27 aprile 2024 - Santa Zita ( Letture di oggi)

Mateo 26


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1Cuando Jesús terminó de decir todas estas palabras, dijo a sus discípulos:2«Ya saben que dentro de dos días se celebrará la Pascua, y el Hijo del hombre será entregado para ser crucificado».3Entonces los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás,4y se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con astucia y darle muerte.5Pero decían: «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo».6Cuando Jesús se encontraba en Betania, en casa de Simón el leproso,7se acercó una mujer con un frasco de alabastro, que contenía un perfume valioso, y lo derramó sobre su cabeza, mientras él estaba comiendo.8Al ver esto, sus discípulos, indignados, dijeron: «¿Para qué este derroche?9Se hubiera podido vender el perfume a buen precio para repartir el dinero entre los pobres».10Jesús se dio cuenta y les dijo: «¿Por qué molestan a esta mujer? Ha hecho una buena obra conmigo.11A los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre.12Al derramar este perfume sobre mi cuerpo, ella preparó mi sepultura.13Les aseguro que allí donde se proclame esta Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo».14Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes15y les dijo: «¿Cuánto me darán si se lo entrego?». Y resolvieron darle treinta monedas de plata.16Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.17El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?».18El respondió: «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: «El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos».19Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.20Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce21y, mientras comían, Jesús les dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará».22Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: «¿Seré yo, Señor?».23El respondió: «El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar.24El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!».25Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: «¿Seré yo, Maestro?». «Tú lo has dicho», le respondió Jesús.26Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo».27Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella,28porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados.29Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre».30Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monto de los Olivos.31Entonces Jesús les dijo: «Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño.32Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea».33Pedro, tomando la palabra, le dijo: «Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás».34Jesús le respondió: «Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces».35Pedro le dijo: «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». Y todos los discípulos dijeron lo mismo.36Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo: «Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar».37Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse.38Entonces les dijo: «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo».39Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así: «Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya».40Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: «¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora?41Estén prevenidos y oren para no caer en tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil».42Se alejó por segunda vez y suplicó: «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad».43Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño.44Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras.45Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo: «Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.46¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar».47Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo.48El traidor les había dado la señal: «Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo».49Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole: «Salud, Maestro», y lo besó.50Jesús le dijo: «Amigo, ¡cumple tu cometido!». Entonces se abalanzaron sobre él y lo detuvieron.51Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.52Jesús le dijo: «Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere.53¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? El pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles.54Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder así?».55Y en ese momento dijo Jesús a la multitud: «¿Soy acaso un ladrón, para que salgan a arrestarme con espadas y palos? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me detuvieron».56Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.57Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos.58Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y se sentó con los servidores, para ver cómo terminaba todo.59Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte;60pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos61que declararon: «Este hombre dijo: "Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días"».62El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?».63Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió: «Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios».64Jesús le respondió: «Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo».65Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia.66¿Qué les parece?». Ellos respondieron: «Merece la muerte».67Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban,68diciéndole: «Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó».69Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo: «Tú también estabas con Jesús, el Galileo».70Pero él lo negó delante de todos, diciendo: «No sé lo que quieres decir».71Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí: «Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno».72Y nuevamente Pedro negó con juramento: «Yo no conozco a ese hombre».73Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron: «Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona».74Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo,75y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: «Antes que cante el gallo, me negarás tres veces». Y saliendo, lloró amargamente.